martes, 12 de noviembre de 2013

Cazadores



Curamos las heridas, pero con frecuencia olvidamos las cicatrices.
Estas pueden ser tan dolorosas como la propia herida."
Tomado de Internet en:
Lágrimas secas

Las cosas que la gente recuerda no son siempre lindas. De esas que dejaron una huella indeleble en su alma. Son también las otras, las que dolieron, las que quedaron como marca de fuete cruzado en pleno rostro. Aquellas que como hierro ardiendo al rojo vivo laceraron una y otra vez sin medir consecuencias. También vienen de visita algunos recuerdos mas inocuos. Los que no sabes cómo o para qué se quedaron, o vienen y van. Los que como "pájaros perdidos vuelven del mas allá" [...] 

Intentaré recuperar aquellos que no hicieron daño... cuando menos no a mi.

Era una madrugada fría y silenciosa de 1988. La sierra entera dormía. Menos los dos cazadores novatos. Muy emocionados porque era aquella su primera ronda de caza. Los vi salir con sus escopetas, como niños a recreo. Volví a la cama. Era demasiado temprano para levantarse. Cuando regresaron con las manos vacías sonreí. Pensé que ni liebres, ni faisanes se les habían cruzado en el camino. Pero el cazador a mi lado, en lugar de dormir, tenía la vista fija en el techo. No conciliaba el sueño. Algo en su cabeza se negaba a dejarle descansar tranquilo. Tras cuestionarle me contó lo sucedido. Lo recuerdo como si hubiese estado ahí.
Encontraron un arbusto lleno de pequeñas aves. Imaginé que eran codornices o perdices. Dispararon a quemarropa. Volaron plumas y trozos sanguinolentos por todos lados. Nada quedó vivo. Ni rescatable. Un sabor amargo en su garganta le acompañó todo ese día.
Jamás volvió a tomar un arma. Salvo para hacer disparos de tiro al blanco en las ferias.




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