lunes, 30 de noviembre de 2015

Mafalda y la señora Josefina

El sábado, en el viaje de regreso, desandando el camino que me lleva a la Cenicienta del Pacífico, conduje como siempre, alrededor de 4 horas hasta "La ciudad que capturó al sol". Llevaba algo de premura, tenía un compromiso a las 6 de la tarde. Una reunión "de los 34". Fue en ese festejo donde me enteré que la señora había muerto 6 meses atrás.

La mamá de mi mejor amiga cuando estudiaba la carrera. La señora Josefina. Había fallecido a principios de mayo. No me enteré hasta este sábado en la noche. Lamenté mucho el suceso. Lamenté no haber estado con la familia. Lamenté no haberla acompañado hasta su última morada. Lamenté todas las veces que tuve la intención de llegar a saludarla y no lo hice. Lo que quedaba por hacer era ir a presentar mis respetos. Así que el domingo temprano hice de tripas corazón y llegué a la casa, casi por instinto. Mi amiga no estaba. Ella vive en el estado de Puebla desde hace 34 años. Pero tres de las hijas de Josefina sí estaban. Además de una cantidad considerable de niños y adolescentes jugando en el patio... sus nietos.
Eso fue un viaje instantáneo al pasado. La señora Josefina dejó lindos recuerdos en mi. Una mujer adelantada a su época en pensamientos, pero atada a su realidad cargada de responsabilidades.
Trabajaba como asistente doméstica en uno de los fraccionamientos "pikis" de la época. Muy cerca de la escuela donde mi amiga y yo estudiábamos desde lo 15 años de edad. A veces, saliendo de la escuela llegábamos a donde laboraba "la doña". Así la llamaban los niños que cuidaba en esa casa. La patrona y sus hijos nos acogieron como lo mas natural del mundo. Querían mucho a la señora. Ávidas lectoras, mi amiga y yo nos tirábamos de panza en la alfombra a leer de la biblioteca de la casa. Sobre todo las viñetas de Quino. Mafalda. Cuando Facundo Cabral cantaba aquello de:

"Josefina se cansó de la cocina.
Tiene ganas de dar vueltas por la vida.
El puchero no le deja mucho tiempo,
no se puede navegar atado al puerto.
¡Pobre Josefina! dicen las vecinas
que viven igual."
Mi amiga le cantaba eso a su mamá, yo le hacía coros y tocaba la guitarra. "Pobre Josefina, dicen las vecinas... que viven igual."
Josefina era apacible y dulce. Siempre tenía un comentario acertado y positivo para todo. No había estudiado. Pero nos hacía preguntas sobre lo que leíamos. Compartimos con ella los cuentos de Horacio Quiroga, Edgar Allan Poe, Poesía de vanguardia y ¡tantas cosas!. Le gustaba viajar, aunque no podía hacerlo mucho por aquel entonces. Su casa era de adobe parado con piso de tierra. Cocinaba en estufa de petróleo, por eso mi amiga y sus hermanos siempre llevaban impregnada de ese olor su ropa. Muchos hijos. La comida apenas alcanzaba para ellos, pero invariablemente te hacía sentir bienvenido a su hogar. Sopa de fideo, frijoles de la olla y tortillas de maiz eran el menú cotidiano de aquella casa. 
Muy pocas veces volví a verla después de egresar. A mi me enviaron a trabajar al sur de Ensenada Baja California y a mi amiga la mandaron al estado de Puebla. En cuanto recibí mi primer sueldo compré la colección completa de las viñetas de Mafalda. La vida nos llevó por distintos rumbos. Muy pocas veces volvimos a coincidir, pero la señora Josefina, su mirada dulce y su personalidad apacible, siempre serán uno de mis recuerdos mas entrañables de la adolescencia.