sábado, 24 de septiembre de 2011

Uchepos y corundas para la universidad

Una tormenta con truenos y relámpagos que comenzó como lluvia mansa la tarde anterior, se convirtió en un terrorífico espectáculo de luces y sonidos estridentes.  Llovió toda la noche. Por fortuna, se podía caminar y guarecerse bajo los techos abovedados sostenidos por arcos. Cuando menos en el área donde estaba ubicada nuestra posada. Justo frente al parque, casi al lado de presidencia municipal.
Pero no todo Pátzcuaro tenía aceras cubiertas y hermosa arquería donde protegerse del agua. Hacia el norte, las paredes lisas y sencillas no presentaban resquicio, techo o cornisa donde evitar ser empapados. De ese rumbo venía la señora de los uchepos. Unas cuadras adelante, de la parte del  pueblo donde terminaban las calles empedradas y daban comienzo los arroyos de lodo negruzco. No había protección alguna.
Me contó que ella y su familia vivían fuera del centro histórico donde nos encontrábamos. La tarde anterior narró con sencillez y naturalidad un poco de su historia de vida. De esas charlas que salen sin esperarlo y sin buscar mas que un intercambio amable de palabras. Ella trabaja vendiendo corundas y uchepos para ayudar a la economía familiar. Usa para ello un carrito hueco que contenía un par de ollas calentadas con carbón para mantener los alimentos a la temperatura ideal. El carro era empujado por ella y su hija. Una jovencita tímida y callada. Se levantaba desde las 3 o 4 de la madrugada para prepararlo todo. Primero iba al mercado por su costal de grano una vez a la semana. Luego cocía el maíz con cal para reventarlo. Después iba a un molino público a moler el nixtamal. Luego se regresaba a su casa a preparar los alimentos.
Las corundas son una especie de tamal, pero a diferencia de este, tienen forma triangular, son mas grandes y van envueltos en hojas de la planta del maíz "de la milpa" como la señora decía. Hace una especie de cono con las hojas de milpa verdes, los rellena con la masa y algo de queso o de un guiso de carne de cerdo condimentada, los cierra y los cocina a vapor. El proceso le lleva varias horas cada día. Una variante exquisita para no solo comer carne durante nuestra estancia en Michoacán.
El esposo trabajaba como jornalero por un sueldo mínimo. Apenas alcanzaba para subsistir. Pero esta señora enviaba a sus hijos a la escuela. Les estaba dando estudios, lo dijo con un orgullo que entendí con algo de ternura y una admiración muy grande. Gracias a sus corundas y uchepos los muchachos tenían acceso a una carrera. Venía empujando el carrito a pesar de la lluvia. Sonreía con satisfacción. No se quejó ni una sola vez ni sintió lástima de si.
Ya habían tratado de quitarla de ese lugar. La presidencia municipal no permitía que se colocaran ambulantes en esa zona. Pero ella se defendió con argumentos que no pudieron rebatirle. Hasta la fecha, sigue vendiendo sus alimentos. Ahí se quedó, con su delantal impecable, su carrito de tamales y esa sonrisa de quien sabe que la escuela es importante.

2 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

no sé por qué siento algo de vergüenza. Y ternura.

Insumisa dijo...

Zeltia
Imagina lo que sentí yo, doña quejumbres, escuchando de primera mano esa historia.
Besos