domingo, 18 de septiembre de 2011

Olvidé ponerle título


De pronto la casa le quedó grande. El patio, la sala, su habitación. Todo crecía mientras ella se iba achicando hasta quedar reducida a casi nada en un rincón. Era como si la soledad se hubiera convertido en algo tangible y tan irracional que le metía miedo en los huesos.  Le asaltaba aquella idea vieja y sobada de vaciar sus venas. Quienes elegían ese camino, suponía, lo hacían para poder hacer el repaso mental de una vida de la que había que bajarse voluntariamente.
La luz del sol comenzaba a tornarse opaca. Los aromas a disminuir su intensidad. La música iba perdiendo acústica, se hacía sorda, sin ecos, carente de vibración o matices. Aquella sombra pastosa  amenazaba devorarla si se quedaba inmóvil un momento mas.


2 comentarios:

Paz Zeltia dijo...

Nunca he sentido nada parecido, pero se me hace fácil de entender.
que bien expresado, amiga.

Insumisa dijo...

Zeltia
Gracias. A veces, la depresión también resulta ser musa.