viernes, 5 de noviembre de 2010

El blanco vestido de la muerte


Recuerdo que la tonadilla era repetitiva y señalaba que estaba la muerte un día, sentada en su escritorio, buscando papel y lápiz,  para escribirle al lobo y el lobo le contestaba, que ya no la quería. Porque se aparecía de noche y de día. En ese entonces, cuando acompañando con palmadas, las niñas y los niños de la época no entendíamos mucho de los significados y solo nos guiaba el interés lúdico. Imaginaba, eso sí, a una Catrina toda vestida de blanco, intentando escribir a un lobo que la rechazaba.

Pero la vida era menos seria en aquel entonces. Menos dramática. Así que la muerte podía tomarse las libertades que quisiera con aquel lobo. Incluso llevarlo a su recinto. Lo quisiera o no aquel. Si ella tenía ese poder y no lo usaba, entonces ¿para qué lo quería?

Y vuelta a la hoja. Era un "Quiéreme o te mato". En resumidas cuentas. Terminábamos de jugar y entonces la muerte, el lobo y los amores no correspondidos pasaban al olvido. Buscábamos otro juego en qué entretenernos: "la roña", "el cinto escondido", "el bote robado", "los quemados" o, si ya estaba atardeciendo, nos sentábamos sobre las rocas, a jugar a los cantantes. Yo invariablemente entonaba "Corazón gitano" y no faltaba quién, con toda la fuerza de sus infantiles pulmones interpretara "El golpe traidor".




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