lunes, 28 de enero de 2013

Difuminando


- Ah que usted tan traidor.
- ¿Es a mi?
- ¿A quién si no, estoy mirando?
- ¿Nos conocemos?
- ¡Libremente Dios!
- Entonces ¿a qué viene el insulto?
- ¿Cree que hace falta conocerle para insultarle?
- Mire, señora...
- Miro, traidor...

- Tengo muchas cosas que hacer con mi tiempo como para desperdiciarlo en discutir con... usted. Además, por respeto a su condición, me abstengo de ponerla en su lugar.

- ¿Mi condición? ¿Y qué condición es esa, si puede saberse? además ¿cómo y por qué habría de ponerme "en mi lugar"?.

- Pues como mujer, me refiero. Es usted mujer, por eso debo respetarla. En cuanto a ponerla en su lugar, me refiero a los insultos.

- ¿Cuales insultos?
- Pues eso de traidor ¿no le parece un insulto?
- Usted lo dijo: UN insulto, que si lo fuera, es singular y no plural. Así que no pluralice.
- Como sea, usted llegó insultándome y ni siquiera la conozco.
- En primera: decirle o llamarle a USTED traidor no es insulto, sino definición. 
- Con permiso, señora, no pierdo mas mi tiempo atendiendo a sus incoherencias. 

Se retiraba del lugar cuando escuchó de nueva cuenta la voz femenina hablando con firmeza.

- "Traidor es quien reniega en dichos o acciones de un compromiso de lealtad". Como usted hizo.

El hombre volvió sobre sus pasos, enfrentando airado a la mujer.

- Acabáramos, ¿pero quién se cree usted que es,  para afirmar que soy un traidor, que "he renegado de un compromiso de lealtad"?  ¡si ni siquiera me conoce!

La mujer le miró directo a los ojos. No dijo mas. El esbozo de una sonrisa se dibujó en su rostro. El gesto ominoso de quien se enfrenta ante la negación de un hecho irrefutable.  Esgrimió el silencio por respuesta.

Era cierto, no se conocían. Y si por cuenta de ella corría, no lo harían jamás. Porque quizás el hombre tenía una memoria muy flaca. Porque tal vez en otra era, en otro tiempo, en otro espacio, había tendido su mano, pretendiendo que era de amigo. Porque cuando ella decidió arriesgarse, aceptar la mano, estrechar espacios... él simplemente desapareció. Y aunque "retirarse no es huir, cuando te encuentras ante el pueblo del rebuzno"; bien podía considerarse que huyó, porque jamás estuvieron ante el pueblo del rebuzno.Y si bien no era ella Dulcinea, tampoco era él un caballero de lustrosa armadura.

Procedió a eliminarlo de su vida. Conforme lo hacía, el hombre iba difuminándose. Tal como lo haría un dibujo al carbón bajo el esfumino. Fue convertido el traidor, en un simple manchón de su pasado.

2 comentarios:

Lan dijo...

¿No hay manera de verla a usted comprensiva con este hatajo de pecadores que componemos el mundo?
¡Qué ira, qué implacable, qué ofendida!
Pero, ¿hay para tanto, si ni siquiera le conoce?
No me queda más remedio que seguir con eso de:
¡Que las Santas Espinas aumenten la caridad!
Saluditos, señora furiosa. :-)

Insumisa dijo...

:P
Ni furiosa ni ofendida, mi estimado Lan. Escritora de alguna suerte de letras que solitas, léalo bien, SOLITAS como que van acomodándose y tejiendo historias.
Además, la protagonista usó el esfumino. Solo eso, le convirtió en borrón. Como debe hacer una con los monos que, aunque dibujados con esmero, nos quedan feos.
Eso me enseñó el maestro de dibujo al carbón en la Universidad. "Si no queda como querías, usa el esfumín y ¡listo!
Jajajaja
Besos