viernes, 21 de diciembre de 2012

"Y sigue la mata dando"


II

De las mejores cosas: una historia bien contada. Volar en las alas de una imaginación despierta, activa y evocadora. De lo menos requerido: Los regaños. Sobre todo a las alturas de la vida en las que se encontraba. ¡Ah como le resultaba desagradable que alguien la reconviniera de manera gratuita! Pero tenía, ciertamente, que sujetar su temperamento cuando estaba en territorio ajeno. Porque en su terruño podía hacer y decir lo que le viniera en gana. Aunque, bueno, las patas de los osos suelen ser aparatosas y resultan mas que torpes en una cristalería. Precisamente por eso se guardaba de visitar sitios tiquismiquis. Decir lo que pensaba en el instante, era uno de sus peores y mas vituperados defectos. No obstante, con el tiempo y un ganchito, aprendió a ser menos directa. Guardaba para si, la mayoría de sus pensares y sentires, que el mundo real o virtual no estaba hecho para quienes como ella, carecían de la prudencia de que hacía gala la gente de bien.
Ya se lo decía aquel pavo real: "calladita te ves mas bonita". Muévete con gracia,  no gruñas, se mas fina, no hables cuando nadie te lo indique. Si quieres aprender a tocar un instrumento, toca el piano, es mas "nais". La guitarra es para vagabundos y machos. Consejos bien intencionados, pero jamás acatados.

Gustaba, no de los consejos o intentos de control, pero sí de las buenas historias. Así que era ávida escucha y lectora de ellas. Conoció sapos cuentistas, desagradables a la vista, pero magníficos contadores de historias. Conoció coyotes intentando ser lobos, que también contaban cuentos. No tan buenos como los de los sapos, pero pasables. Conoció buhos sabios, tortugas listas, codornices ingenuas, garzopetas idiotas. Aprendió mucho de cuervos, loros y mas especies que narraban y/o escribían con gracia las historias propias y ajenas. Hubo incluso algún flamingo con un IQ impresionante. Buenísimo para narrar, pero con demonios internos tan poderosos, que podían transmutarlo de macho controlador a hembra frenética en dos patadas. También hubo osos, como no, serpientes venenosas y un faisán de cola larga. Avestruces, cocodrilos, cóndores, águilas y un zorro cazador al que comenzó a visitar. Primero esporádicamente. Sabía muchas cosas, usaba palabras cantarinas que ella jamás había escuchado. Bebía sus historias con tarros de café, desde la ventana de la casa del zorro. Al principio no se atrevía a entrar. Después lo visitaba con un termo de café en ristre y una manta pequeña para acomodarse en el suelo y escucharle mejor. No buscaba ser amiga del zorro, solo escuchaba sus cuentos. Los cortos y los largos. No todos le gustaron, pero de todos aprendía algo. Eso le agradaba mucho, aprender le significaba placer. Lo hacía por gusto. Así que llegó a sentirse como el Principito. No obstante las reservas iniciales. Llegó a creer que el zorro también se convirtió en su amigo. Bajó la guardia. Olvidó casi por completo el instinto de supervivencia que a fuerza de desgarrrones le inculcó su padre. "No creas que por ser mas grande que tú, alguien te va a cuidar. No creas que va a protegerte el alma. Ni sueñes que alguien te querrá... ni para eso vales"
El zorro, justo es decirlo. No tenía idea de las voces internas de ella. Tampoco hizo u ofreció nada que  animara a germinar las cosas en las que ella llegó a creer. No abiertamente, no de palabra.