sábado, 19 de febrero de 2011

Regalo inesperado

Marvin es como Dylan, aquel lento y tierno muchacho bueno de 5º, pero en pequeño. Tiene 7 años. Como el entrañable y peleonero José. El inolvidable César de mis primeros años en la docencia. El querido Emigdio, tan corpulento como inocente ó David, el de las almejas que son cosas y no animales.

Tiene muchas cicatrices en la frente. El color tostado de su piel no logra disimularlas del todo. Lleva el brazo derecho lleno de pulseras. La ropa algo percudida y su almita de niño ya estigmatizada como "Marvin, el tremendo". No es muy afecto al trabajo. Se pierde en los ecos aquellos de "no se aguanta", "no trabaja", "es insoportable", "es flojo".

Apenas terminaba una historia tristemente, lloraba el inevitable final y de pronto una llamada telefónica cambiando todo el panorama. Dando un sesgo importante. Un giro inesperado.
-¿Te interesa?
-¡claro que me interesa!
Y el miércoles ya estaba de regreso en la docencia.

Una escuela de barriada. Un aula sin electricidad. 25 niños inquietos. Una oportunidad. Un regalo.

Había olvidado cuanto amo eso. Me obligué a hacerlo. Las circunstancias no daban para mas.

Pero ahora estoy de nuevo en el frente. Como soldado raso. Contenta, llena de entusiasmo. El reto que se me presenta es vivificante. Un grupo de segundo grado de primaria con retraso. ¿Qué mas puedo pedir?


2 comentarios:

Soros dijo...

Ya veo que tengo que romper tu escrito de felicitación por aquella jubilación.

Lan dijo...

Desertora de la jubilación. Traidora. Te reenganchaste.
Y aquí luchando por poder jubilarnos a los 67 y pretender que para entonces estemos todavía en buen uso.
Y tú volviendo al trabajo por el mero gusto. ¿Cómo puedes ser tan esquirola?
Pero, ¿qué ha hecho usted? ¡Por Dios, Señora del Desierto!
¡Qué egoismo, ponerse a trabajar por la propia felicidad!
Saludos poquiteros.