lunes, 6 de septiembre de 2010

Atroz

Así debieron llamarlo. Pero nada, que se llamó de otro modo. De otro modo ha vivido y de cualquier modo morirá (Igual que moriremos todos). No querría entonces sepultarlo en el cementerio sagrado de los indios. Aquel donde revivían mascotas, ahora como zombis, muertos vivientes, hambrientas de sangre y supurando maldad.

Jejeje

Dramática ¿no?

Es que leyendo a Jorge Bucay, uno de los capítulos finales del libro que me recomendaron recientemente y que dicho sea de paso, es de esos textos de superación personal, a los que yo les sacaba la vuelta como si de la roña se tratase y hoy me obligo a leer por recomendaciones de una joven psicóloga, endiosada, supongo, con autores recomendados en la escuela. Total, que después de estar suspirando, sollozando y dando rienda suelta al moco que suelta la autocompasión, pude reír a carcajadas en algún punto del capítulo que menciono.

"Y si no tenés el poder de hacerme sufrir mientras estés conmigo, menos aún tendrás ese poder si nos separamos. Pero no me voy, me quedo. ¿Para qué me quedo? Para cambiarte. Para conseguir que seas diferente. Para lograr que quieras exactamente eso que yo quiero. Y sobre todo porque no soporto la idea de perderte. Eso. Para no perderte, te voy a cambiar. Lo cual significa en la práctica primero martirizarte y después de todas maneras perderte. Dos dramas al precio de uno."
(Jorge Bucay, El camino de las lágrimas)

¿No es fascinante? ¡Y simple a la vez!.
Tan obvio que no se ve a las primeras de cambio.

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