lunes, 30 de agosto de 2010

Un mezcal gusano rojo, dos mezcales... ¡espejos!

Mucha risa, ¿no?

Y la lluvia comenzó a caer despacito, como tanteando el asunto. Luego el torrencial aguacero, el local atestado en la planta baja. Los toldos de la terraza a punto de venirse abajo por el agua y córrele al segundo piso del restaurante. Era la cava, habilitada como (imagino) para esos casos de emergencias, en el que los comensales no caben mas en la planta baja. Era el caso. Rezagada por una de esas necesidades fisiológicas tan humanas y gatunas y caninas, llegué poco después que mis amigas. Me fastidió un poco que se hubieran ido a meter hasta el fondo del angosto local. Había una mesa ubicada hacia el centro, ocupada por señores, un mesero del lado izquierdo de estos tomando la orden y obstruyendo el paso, otra mesa del lado derecho, ocupada por un par de mujeres, que tampoco dejaban vía libre y al fondo, pero hasta el mero fondo, mis amigas.

Condenadas ocurrentes. Me dije. Regresé sobre mis pasos para ver si en el bar de al lado, había por ventura una puerta al fondo que me permitiera pasar hasta donde estaban Primavera y Flora. Mis ínclitas amigas incitadoras al vicio y al sibaritismo trasnochado. Nada. Nada de puerta. Así que levantando el mentón, me dirigí donde el mesero tomaba la orden de los susodichos señores de la mesa central. Ni siquiera volví el rostro para saludarles o hacerles el honor de dirigir una mirada de empatía. Esperé que se quitara el mesero de mi camino  y seguí de largo por el lado izquierdo de la mesa, hasta percatarme de que una mujer, igualita a mi, con una blusa azul idéntica a la mía me miraba con ojos sorprendidos desde el espejo que había al fondo del tonto local.

No señor, no era que mis amigas se hubiesen ido hasta atrás, era que su reflejo me engañó. Era que las dos señoras, mujeres, individuas de la mesa del lado derecho, eran en realidad ellas. Lo que vi al fondo era solo su reflejo. Lo que escuché a continuación fueron las carcajadas mas estridentes que la tormenta desatada afuera. ¡Mal educadas amigas que se gasta una!

Doy fe de que fue eso y solo eso, lo que me dio valor para comer gusanos de maguey. Esos gusanos con cabecita negra que descansaban sobre el plato de Primavera. De no tener atravesados entre pecho y espalda, sus carcajadas burlescas hasta las lágrimas y los mezcales. Nunca me habría atrevido a probarlos.

¡Manjar de reyes! Delicatessen. Suaves al centro y delicadamente crujientes en el exterior.
Delicia del paladar de los antepasados mexicas.
No hagas ascos. Es mas, pruébalos con los ojos cerrados si eres de estómago delicado, como nuestra Flora.

JAMAS CHOQUÉ CON EL ESPEJO. Eso es solo un mitote que se inventaron aquellas entre lágrimas y risas histéricas. Alcancé a verme dos pasos antes. CONSTE EN ACTAS.

Vive Dios que Flora y Primavera intentarán desacreditar el hecho, pero la información la tengo de primera mano. Ellas solo fueron asombrados testigos presenciales.

Sucedió en Coyoacán, ciudad de México, el 29 de julio de 2010... por la tarde.


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