sábado, 1 de mayo de 2010

Paz

Necesito estar en paz. Tranquila. Serena por un tiempo que, quisiera, desearía, anhelaría fuera el necesario. Porque estar en paz como que no se me da mucho. Y no se cuánto sea el tiempo necesario. Mi inquilina belicosa se para de pelos cada cierto tiempo y busca camorras. Debe saber algo que yo no. Por ejemplo, que estaré en paz cuando muera. Y como no me quiero morir todavía. Saltan las cosas, surgen encontronazos con la vida. Y ¡qué bueno! Si no, qué vida esta tan aburrida sería.

Conocer el amor en esas circunstancias sin paz, reconocerlo entre las telarañas trasnochadas de un ego herido se vuelve harto difícil. Pero con un poquitillo de buena voluntad, se puede. Y si mientras duró fue bonito. Que el recuerdo de aquellos días luminosos no se opaque por los porrazos de la vida de dos, que ni se conocían, ni parientes eran. Pero juntaron sus soledades, su costal de ilusiones y sus necesidades físicas de ser uno solo. Aunque eso siempre será una mentira romántica. Dos no hacen uno, por mucho que se quiera. Dos siguen siendo dos, y de pronto las reglas cambian. Y porque como dijo François de la Rochefoulcauld: "Es muy difícil que dos que ya no se aman, riñan de verdad".

4 comentarios:

Zeltia dijo...

Pues mira por donde estoy de acuerdo con Rochefoulcauld! al menos en eso de las riñas (para reñir con verdadero apasionamiento hay que tener un sentimiento fuerte)

yo también anhelo la paz, pero así, como en abstracto.

arriero dijo...

Creo que es difícil cambiar de forma de ser cuando la convivencia con ella no ha dado malos resultados. Aunque llegues a controlar algún que otro impulso, al final los pensamientos no se pueden ocultar, so pena de ser una persona desgraciada. Te deseo que superes con nota alta el momento que pasó por tu mente mientras escribías. Un abrazo.

Soros dijo...

La paz, para mí, es externa y ajena y no depende de mi voluntad. La serenidad, por el contrario, es cosa que puede pretenderse. Pero, en cualquier caso, ambas cosas son aves asustadizas que se van con el menor pestañeo del observador, que vuelan sin saber a donde, y a las que no se les conoce nido ni rama querenciosa.
Las buenas compañías son tan aleatorias como las maldiciones de una gitana y, los encuentros amables, se van y se vienen porque todo se mueve y porque las permanencias, que se reclaman con exclusividad, pueden darse porque sí, pero no pueden exigirse.
A mí me parece que así son las cosas entre dos e incluso entre uno y todo lo demás.

Insumisa dijo...

ZELTIA
Si no hay adversario a la altura, la riña ni vale la pena.

ARRIERO
Muy difícil, ciertamente, pero no imposible.

SOROS
Como siempre asertivo, mi buen señor.

Gracias a los tres por seguir visitando este espacio.