domingo, 8 de enero de 2017

Entrañables

Bueno, no es que quiera precisamente, pero en ocasiones me veo obligada a desandar caminos, retroceder, tomar impulso, e invariablemente seguir adelante. Luego veo en retrospectiva, y aunque no siempre le encuentro el sentido a los sucesos. Pues no le queda a una mas remedio que apechugar.
Hoy quiero dejar aquí una remembranza, Porque siempre que me visita, siento esa tibieza que me envuelve con ternura el corazón. ¿Que obligación había, pues?
Al deshacer mi cama por las noches, recuerdo la ocasión en que hubo quien la deshiciera para mi. No hablo de alguien en particular. Normalmente son invisibles para los huéspedes. Sabes de su existencia porque arreglan la habitación cuando sales de ella. Pero en ese hotelazo, además de hacer la cama, la preparan en la noche para que duermas. Descubren las almohadas, colocan la bata sobre la cama, el edredón sobre un sillón y las pantuflas al lado del buró. Imagino que es parte de sus obligaciones de empleada (normalmente son mujeres), pero el que yo estuviera hospedada en ese lugar, fue parte de un plan mayor.
Estaba herida, desgarrada por dentro. Había tantísimo dolor en mi alma que costaba trabajo respirar. Hoy entiendo que gran parte de eso fue autocompasión, pero igual dolía. Entonces, dos personas, unidas por el amor en ese entonces, derramaron algo de ese amor en mi. Me acogieron, fui su invitada, de alguna manera me adoptaron y respetaron el duelo por el que estaba pasando.
Sir William lamentablemente murió poco tiempo después de eso. Pero dejó un recuerdo de gratitud inmensa en mi alma. No nos conocíamos, era pareja de mi amiga Naná, a la que amaba y supongo que en nombre de eso, me recibió y se hizo cargo. Ella intercedió, por supuesto, pero no todos los hombres hacen eso por sus parejas. Ser buenos. Ellos fueron buenos conmigo en uno de los momentos mas amargos de mi existencia. Deshacer mi cama por las noches, me lleva a esos momentos. Cuando hospedada en un hotel de cinco estrellas por cortesía de aquel inolvidable señor y su entrañable amada, recibí tanta bondad y ternura que pese a los años transcurridos, todavía me alcanzan a inundar el alma.

3 comentarios:

Soros dijo...

Son tantas la habilidades de las personas y el entresijo de sus sentimientos que todo nos incita a pensar que pocas son buenas, porque es imposible (pensamos) que sean tan tontas.
Pero la vida está plagada de confusiones del bueno con el tonto o de la buena con la tonta. Y es que las sospechas que los demás nos inspiran jamás nos las inspiramos nosotros mismos.
Es más difícil pasar de descreído a creyente que de creyente a descreído. Pero, por difícil que parezca, la bondad existe. Y no podemos, por más que hayamos sufrido, negarla. Anda la bondad por ahí, en todos sitios y en ninguno concreto. Y, como casi todo en la vida, solemos encontrarla de chiripa.
Apapachos, Señora del Desierto.
Éste su amigo, que lo es, le manda mucho aliento desde la vieja y cojitranca España.

Insumisa dijo...

Y va de nuez. Mi tercera respuesta a este comentario. No se que jijos le pasa a Blogger, que nomás no permite publicar... GRACIAS POR TUS PALABRAS

Insumisa dijo...

Jajajaja ¡ya se pudo!
Muchas mas veces de las que mi ingrata memoria me permite recordar, me he encontrado con la bondad de las personas. Bendita chiripa.
Abrazotes de esta tu amiga, que también lo es.
Desde un México convulsionándose y dando patadas de ahogado.

:D